Sábado, 16 de junio de 2012
Diario UNO Mendoza
Seis minutos pueden ser el tiempo para tomar un café al paso, para ver un corto de cine o tener un orgasmo.
O pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte si se espera una ambulancia.
Por Enrique Pffab
Seis minutos. En seis minutos se calienta el agua para unos mates; se
toma un café al paso; se ve un buen corto cinematográfico; los novios
pueden llegar al orgasmo. Seis minutos después de la muerte clínica se
declara la muerte biológica. Seis minutos son 360 segundos y ese es el
tiempo objetivo.
Pero también hay uno subjetivo. Seis minutos no son lo
mismo para aquel que toma el café o está teniendo sexo que para otro que
espera la llegada de la ambulancia junto a un familiar herido. La
fragilidad de la vida y el asecho de la muerte distorsionan el tiempo y
lo relativizan, como en el “Reloj Blando” de Salvador Dalí.
El operador llama: “129”. El médico cirujano Roberto Baigorria (45)
responde. Casi son las 11 y es el primer alerta de sus 24 horas de
guardia en el Servicio de Emergencias Coordinado de la unidad de San
Martín. El chofer en turno es Elio “Jhonny” Luquez. Los dos son
palmirenses. También está el chofer de la guardia anterior, Miguel
Parlante, que se ha quedado a charlar y a cebarles unos mates dulces en
la base de la calle Entre Ríos, de La Colonia.
“Accidente de tránsito con lesionado. Carril Montecaseros, a 400
metros de Alem. Politraumatismos. Posible TEC (traumatismo encéfalo
craneano)”, informa el operador. La ambulancia sale. En realidad el
“129” es el número del móvil que habitualmente usan, una Renault Master
que fue llevada para realizarle reparaciones menores para que esté en
condiciones para la Cumbre de Presidentes del Mercosur a fin de mes.
Después prometieron devolverla. Mientras tanto usan una Mercedes Benz
Sprinter que tiene el interno 120. “Yo prefiero la Master. Es más ágil
para andar por la ciudad”, dice uno de los choferes mientras hace ulular
la sirena y los autos se abren como si fueran palomas espantadas.
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11 hs. Ariel (40) está tirado boca arriba en medio
de la calle, todavía con el casco puesto. Su moto está 10 metros más
allá. Quiso esquivar a un perro y cayó. Es preventista de gaseosas y
cerveza. El médico le habla suave y tranquilo. De la misma manera le
quita el casco. Le pregunta sobre sus dolores. Lo palpa en distintas
partes del cuerpo y le mueve brazos y piernas. Le coloca un collarín en
el cuello, lo suben a la camilla y parten al Perrupato.
Politraumatismos. Tendrá una convalecencia de un par de semanas, pero
estará bien. “Les voy a regalar un cajón de cerveza”, les dice el
paciente.
“Que sea un cajón bien frío, mientras que no sea uno de
madera…”, bromea Baigorria.
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Roberto siempre supo que quería ser médico. “Mi única duda la tuve
cuando iba a empezar la secundaria y me plantee si mi padre, que era
ferroviario, iba a poder pagarme la carrera”. Entonces eligió estudiar
en el Colegio Don Bosco y recibirse antes de enólogo para tener la
alternativa de afrontar los costos. Igualmente la facultad y las
dificultades económicas fueron un camino tortuoso y complejo. “Muchas
veces viajaba a dedo o me quedé a dormir en una plaza en Mendoza para no
tener que gastar en pasaje”.
Era septiembre del 96 cuando se recibió, con 28 años. Un mes después
se enteró que su novia estaba embarazada y se casó. “Yo quería hacer una
especialidad. La cirugía siempre me atrajo. Pero la única forma era
dedicar otros cinco años para una residencia o una concurrencia
programada ad honorem y en ese momento no me podía dar ese lujo. Había
que parar la olla”.
Fueron años difíciles. Muy difíciles. Las guardias eran el principal
ingreso. También sumó ingresos en el 99 un consultorio que abriría
gracias a la invitación (“sin conocerme”) de Luis Chavez, un
experimentado colega que lo sumó al equipo de médicos que trabajaba en
una casona en Palmira.
Finalmente en el 2000 se animó e hizo la concurrencia de cirugía en el Perrupato. Fueron cinco años de prácticas y estudio.
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11.20 hs. El equipo 129 deja al preventista en el
Perrupato y de allí sale a una nueva emergencia.
Norma (49) iba en
bicicleta por la Avenida Mitre y en el cruce con 9 de Julio la embiste
un auto. El vehículo iba despacio pero la mujer cae y se golpea contra
el pavimento. Tiene un traumatismo de cráneo y un golpe fuerte en la
rodilla derecha.
Baigorria se abstrae de todo cuando revisa a un paciente. Cierta vez,
mientras atendía a una mujer accidentada, le dijo: “Quédese tranquila
señora ¿Tiene familiares a quien le podamos avisar?”, y la mujer le
respondió: Vos, Roberto. ¿no ves que soy tu prima?”.
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El 2001 agarró a Roberto Baigorria recién acomodándose en la
profesión. Para colmo en su matrimonio las cosas andaban a los tumbos.
“La pase muy mal. No tenía ni especialidad ni trabajo estable. De un
momento para otro dejaron de pagarme en todos lados. Estuve 9 meses sin
cobrar. Me había comprado un Fiat Palio 0 km y tuve que cambiarlo por un
Chevrolet 72 y algo de plata. Era pagar las cuentas o comer”.
Tal vez lo que salvó al médico de la depresión fue la música, su otra
pasión. Amante de los Beatles, tiene un gusto variado. Toca la guitarra
y canta. Incluso supo formar parte de algún grupito armado con amigos.
Por esa pasión en 2008 hizo algo que pinta su simpleza y sus ganas.
Era principios de junio y Charly García iba a tocar en Cacano. “Pidió
una limusina. Un familiar de la secretaria del consultorio tenía una y
se la alquiló. Yo le ofrecí ir con él para ayudarlo con tal de estar
cerca de Charly. La primera noche hizo un recital espectacular. Cuando
salíamos yo terminé cumpliendo la función de guardaespaldas y a Charly
se le cayeron los anteojos. Yo los levanté y los guardé en el bolsillo.
Esa noche terminó haciendo un escándalo en el hotel, al día siguiente ya
no se presentó y después lo internaron. Los anteojos de Charly están en
una vitrina en mi casa. Son berretas, de esos que se compran en la
estación de servicio, pero son de Charly”.
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11.50 hs. Dejan a la ciclista en el Perrupato y
parten a otra emergencia. Esta es más grave. En el autódromo se estaba
haciendo un test drive de la nueva Mercedez Benz Sprinter. Una de ellas
volcó, con 6 ocupantes. Hay lesionados. Otra ambulancia concurre en
apoyo. El equipo de la 129 atiende a Luis (52) y a Fernando (38), que
parecen ser los que han sufrido lesiones más graves. Tienen
politraumatismos múltiples. Sus vidas no corren riesgo. La otra
ambulancia se lleva a los otros cuatro contusos.
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Elio Jhonny Luquez es un hombre robusto. Tiene 44 años y durante 21
fue enfermero profesional del hospital en áreas complejas: terapia
intensiva; cirugía; hemodiálisis… “Un día me cansé y me hice chofer”.
Para Baigorria es una tranquilidad trabajar con el (“te saca las papas
del fuego”), aunque sus turnos no siempre coinciden. En la base 129 hay
siete médicos y cinco choferes que se van rotando.
La vida de Jhonny tampoco ha sido simple. Se separó de su mujer
cuando sus hijos eran todavía chicos y los crio él solo. No se volvió a
casar. Hoy los chicos tienen 16 y 19 y todavía viven con él.”Cuando nos
avisan de un accidente de motos lo primero que pienso es en mis hijos”,
dice, reconociendo un temor inmanejable.
Además es chofer en un sistema de emergencias privada. Maneja con
cuidado. La llegada rápida al lugar de la emergencia y al hospital
depende más de conocer bien las calles y el tránsito que hay en ellas
que la fuerza con la que se pise el acelerador. Siempre lleva las
balizas prendidas, pero la sirena la activa apenas cuando Baigorría dice
“vamos en rojo”, aclarando que el estado del paciente es grave. Pero
siempre es un riesgo controlado.
El trabajo del chofer también consiste en mirar el entorno mientras
el médico actúa. Nunca se sabe si puede producirse una agresión o
aparecer un familiar desesperado, pese a que la policía siempre intenta
resguardar la zona antes de que llegue la ambulancia.
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12.10 hs. Érica (31) es policía. Viajaba con su moto
por la calle Avellaneda y chocó contra un Peugeot 504 que circulaba por
Albuera. Renguea de una pierna y dice que no tiene nada grave.
Baigorria igual la revisa y constata que no requiere hospitalización.
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La vida de Roberto Baigorria comenzó a cambiar cuando se separó de su
primera mujer, con la que ya tenía tres hijos. Se fue a vivir a una
piecita que hay en el mismo centro médico donde tiene su consultorio. A
partir de allí se comenzaron a suceder una serie de acontecimientos que
le dieron “estabilidad emocional y económica”, algo que él remarca como
si fuera el empleado de una fábrica que ha pasado a planta. Terminó la
especialización en cirugía. Comenzó a operar. En 2005 lo contrató el
Servicio de Emergencias Coordinado y también tomó una guardia de cirugía
en el Perrupato. Esos cargos por contrato luego se transformaron en un
pase a planta permanente.
Hoy sus cuentas cierran muy justo… pero cierran. Todavía alquila y
sueña con su casa propia, para la que está inscripto en el plan de una
constructora particular. Además formó una nueva pareja y tuvo otros dos
hijos. “Ahora tengo una familia numerosa”. Salvo cuando está de guardia
en el Coordinado, ve a sus cinco vástagos todos los días. Los lleva y
los trae de las escuelas y paga las cuentas de su casa, la de sus padres
y la de su ex mujer. Hasta se ha dado el gusto de ir a Buenos Aires a
ver a Roger Waters.
En su pueblo es un palmirense más y así trata a sus pacientes. “Esto
te permite tener un contacto muy fluido. Una buena llegada”.
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13.10 hs. Gastón (24) iba en moto y choca contra un
auto en Viamonte y Santa Cruz. Tiene un traumatismo en la pierna
izquierda. La sacó barata. Iba sin casco.
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El SEC atiende urgencias, emergencias o catástrofes. Lo que se llama
códigos amarillos o rojos, cuando la vida está comprometida. Accidentes,
pérdidas de conocimiento, heridas de arma de fuego... El operador
recepta la llamada, identifica el problema y pasa el alerta. En la
provincia hay distribuidas una docena de unidades como la 129. Casi no
se conocen entre ellos. Apenas por la voz, el número y el nombre. Cada
uno soporta el stress, las presiones, los insultos de la gente cuando
creen que hubo demora, “pero no se puede ni hay que dramatizar nuestro
trabajo”, dice Baigorria.
Sin embargo hay situaciones tremendas que han tenido que superar. La
unidad 129 fue la primera que llegó el mediodía del 23 de octubre del
2009 a la casa de la familia Scordomaglia, en el barrio Mebna. El
matrimonio y sus dos hijos discapacitados se habían encerrado dentro de
la vivienda y habían abierto las llaves de gas. Hubo una explosión y
todos sufrieron gravísimas quemaduras que, horas después, les provocaron
la muerte. “A mi me costó mucho tiempo superar eso”, reconoce Roberto.
También fue difícil cuando quedaron en medio de un tiroteo en el barrio
Venier la noche del jueves 24 de marzo de 2011. “Siempre la Policía nos
asegura la zona, pero esa vez tuvimos que refugiarnos”.
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15 hs. Germán (28) y su padre Héctor (50) chocan
con su Renault 9 contra un camión en Ruta 7 y Tropero Sosa. Sufren
múltiples lesiones, especialmente en el rostro por los vidrios del
parabrisas.
18.32 hs. Víctor (42), encargado de una cooperativa
de trabajo, recibe una furibunda golpiza en Chapanay a manos de un
marido indignado que asegura que su esposa había sufrido una injusticia
laboral.
19.10 hs. José (17) y un compañero de 18 años son
alumnos del Centro de Capacitación de Trabajadores 6-031, de La Colonia
y sufren lesiones en el rostro en una “piñadera”, como ellos dicen,
cuando iban a la escuela. El mayor se vuelve solo a su casa pero el
menor es revisado por Baigorria en la escuela y no requiere
hospitalización. Mañana tendrá el ojo en compota.
19.40 hs. Una mujer de 70 años se cae a una acequia
en la manzana 14 del barrio San Pedro. Cuando llega la ambulancia una
vecina anuncia que ya la han trasladado en un auto particular hasta el
hospital.
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De día hay mayoría de accidentes de tránsito. De noche hay más
heridos por riñas y algún código “cero ocho, cero uno, cuádruple
negativo”, tal como se califica a un trabajo de parto. Esta noche será
tranquila. No pasará nada de eso.
Para cada uno de estos pacientes, para cada uno de sus familiares, la ambulancia siempre parece tardar demasiado.
La tarde del 7 de julio de 2010 quedó grabada en la memoria de
Roberto Baigorria. Lloró mucho después de esa emergencia y siguió
llorando después, durante mucho tiempo. “Todos somos padres, todos
tenemos hijos”, dice.
Eran cerca de las 18 y una niña de cuatro años se soltó de la mano de
su hermana mayor y cruzó el carril Primavera, en Junín. Un auto la
atropelló. La desesperación de los presentes hizo que las llamadas
fueran hechas directamente al micro hospital de Junín en vez de al 911.
Pasaron varios minutos hasta que finalmente ingresó el alerta a la
unidad 129. “Tardamos 6 minutos en llegar al lugar. Cuando me bajé de la
ambulancia vi a una nena tirada en la calle. Tenía puesta una campera
de lana igual a la que usaba mi hija, que también tenía cuatro años.
Además tenía el mismo cuerpito.
Entonces bloqueé los sentimientos, cerré
la persiana y empecé a trabajar. La gente estaba indignada por la
tardanza en la llegada de una ambulancia. La nena tenía las pupilas
dilatadas y le toqué la cabecita. Tenía fractura de cráneo. La subimos a
la ambulancia. La madre subió detrás de mí. A los 100 metros la nenita
se me clavó (paro cardiorespiratorio). La saqué y la entubé mientras el
chofer ya alertaba al Perrupato y la madre gritaba”.
En el hospital, y sin bajarla de la camilla de la ambulancia, la
estabilizaron y seguimos hacia el Notti. “No me olvido de la cara de la
nena y de su camperita de lana. En el Notti ya nos esperaban. Esa
emergencia fue una de las más eficientes en lo operativo, pero la nena
murió.
Al día siguiente nos criticaron mucho por la demora. Hasta hicieron
una manifestación. Yo los entiendo, pero nosotros habíamos tardado solo
seis minutos desde que nos dieron el alerta hasta llegar al lugar”.
Una niña. Una camperita de lana. Un padre. Un hijo. Un médico. Seis minutos.
Enlace:
http://www.diariouno.com.ar/afondo/Seis-minutos-20120616-0057.html
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